El pivot que tenía sueño

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Nueva lectura detectivescas gracias a Felipe Gutierrez profe de 5º curso del CEIP el Olivar de Rivas en Vaciamadrid (Madrid), y creador del blog “Rinconcitos de lectura“ y que gracias a Silvia Asuero se le ha añadido preguntas de comprensión lectora que además de trabajar la lectura ayuda a resolver el caso.

Puedes leerla desde el blog o descargar la lectura para imprimir. La solución al caso la debes descargar a parte de la lectura y al final tienes enlaces con más lecturas de detectives.

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PIVOT

El basket es una de las pocas aficiones que me quedan en la vida. El basket y la pasta italiana. El día que voy a un partido me levanto pronto y dejándome llevar de un entusiasmo inusual, me doy una ducha. No abuso nunca de este vicio burgués, pero el día del partido es diferente. Ese día me pongo mi precioso traje a rayas finitas  e incluso mi sombrero de Panamá. Me miro en el espejo y tras comprobar que podría ser detenido  por mi aspecto de gángster, me lanzo a la calle.

             Mi equipo es el de los Monkeys; un equipo de barrio de tercera división cuyo jugador más joven anda por los cuarenta años. Los jugadores son feos, vagos y marrulleros, pero son de mi equipo, mi equipo desde que nací en este elegante barrio de hampones y traperos.

             Aquel día jugábamos contra los Dandys de Toston, unos niños de papá. Pensé que serían unos imberbes con dedos de mantequilla. Perfecto para darles una buena zurra. Nuestros cinco gorilas contra cinco niñitos rubios de buena familia que dormirían aún con su osito.

             El estadio no tendría más de doscientos años, los mismos que hacía que no había sido barrido. Compré un bote de cerveza y un cucurucho de palomitas y me senté a disfrutar del espectáculo. Las animadoras ya estaban caldeando ambiente con sus bailes y grititos.

-¡Eh, muchachos!- gritaba un espectador- ¿Tendré que morirme sin haberos visto ganar un partido?

 La gente es muy exigente. Piensa que estar los últimos de la tercera división es cosa fácil.

            Cuando por fin salió el equipo contrario un gran silencio se hizo en la cancha. Saltaron al campo cuatro pequeñajos y al final una especie de poste de telégrafos con pantalones cortos. Mediría cerca de dos metros y medio, con una melena rubia y unos brazos largos como un final de mes.

            Nuestro equipo de negritos de Harlem palideció, cambiándose a color café con leche. ¡Vaya con el Pívot! Machacaba en la canasta haciendo retemblar los aros como si fuesen un flan de vainilla.

Los árbitros tocaron su silbato indicando que el partido iba a comenzar.

-¡Ánimo, Monkeys, ese tipo es sólo fachada!-dijo un gracioso.

La verdad es que aquello parecía una versión deportiva de Blancanieves y los siete enanitos. El equipo contrario se limitaba a pasarle el balón a su gigantesco pívot y éste metía la pelota en la canasta de forma rutinaria, como si trabajara en una fábrica de rosquillas. Los ataques de los nuestros se estrellaban una y otra vez contra aquel muro de hormigón y en sólo cinco minutos perdíamos por 22 a 0. La paliza iba a ser de las que hacen época. Recé para que un terremoto derribara el edificio y nos librara de aquella vergüenza.

            El viejo Flánagan, nuestro entrenador, pidió tiempo muerto aprovechando que la gran mole del equipo contrario tropezara y cayera al suelo y ser ayudado por varias personas para levantarse -a falta de una buena grúa en la pista-. Hasta ese momento el partido no tenía ningún misterio, o al menos no lo tuvo hasta que aquel gigante vikingo comenzó a tener sueño. Sí, de golpe y porrazo, al poco de ser ayudado a levantarse del suelo se sentó en medio de la pista y se puso a roncar. Tuvo que ser sustituido. Lo llevaron entre todos sus compañeros y el cuerpo de voluntarios de la Cruz Roja hasta el banquillo.

            Mientras, nuestro equipo aprovechó para remontar el partido. En el banquillo le echaban cubos de agua, le pinchaban con alfileres pero nada, el sansón no reaccionaba. “¡Tengo sueño, dejadme en paz!” gritaba la criatura.

Fue ahí donde comencé a sospechar, sobre todo cuando vi merodear por allí a Scarlatti, alias el spaguetti, un tipejo narcotraficante de alcantarilla.

Bajé al parquet, saqué la placa y me dispuse a echar un vistazo a las pupilas de la bella durmiente. Tenía las pupilas dilatadas  y su expresión no dejaba lugar a dudas de que había sido drogado.

Agarré del brazo a Scarlatti y se lo exprimí como a un pomelo.

– ¡Esto te costará caro, Scarlatti! Habéis dejado al chiquitín fuera de combate. ¡Ya estás cantando todo!

-¡Eh, Joe, no sé de que me hablas! Estoy limpio.

 – Tú no has estado limpio ni el día  que hiciste la primera comunión. No tardaré en descubrir lo que has preparado- le dije marcándome un farol pues la verdad es que no tenía ni idea como habrían drogado a aquel individuo. ¿Cómo? Eso era lo difícil. Lo primero que pensé fue en el agua. Pero todos habían bebido de las mismas botellas y sólo él estaba narcotizado. Revisé las toallas, nada, ni rastro. Tampoco había señales en su cuerpo de ninguna inyección. Maldita sea, ¿cómo se habrían apañado para drogar a un hombre en medio de una cancha y delante de 5.000 espectadores?

 El “Scarlatti Spaguetti” me miraba con una sonrisa de conejo. Le hubiera matado como a un gusano. Toda la vida queriendo sacar al equipo del arroyo y ahora este incidente nos haría aparecer como el equipo más tramposo y rufián de toda la liga. El diente de oro de Scarlatti brillaba, y ese brillo fue el que me encendió una luz, un presentimiento que me dispuse a comprobar. Fui hacia el gigantón, le golpeé repetidas veces en la espalda y fue cuando apareció la respuesta a aquel enigma.

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