Muerte en el circo

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Nueva lectura detectivescas gracias a Felipe Gutierrez profe de 5º curso del CEIP el Olivar de Rivas en Vaciamadrid (Madrid), y creador del blog “Rinconcitos de lectura“ y que gracias a Silvia Asuero se le ha añadido preguntas de comprensión lectora que además de trabajar la lectura ayuda a resolver el caso.

Puedes leerla desde el blog o descargar la lectura para imprimir. La solución al caso la encuentras al final del archivo cuando descargues el texto.

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Muerte en el circo

      Tengo un sobrino al que -algunos días- me hacen sacar de paseo y el sábado pasado me hizo llevarle al circo. Salieron caballos montados por monos, perros vestidos de policía, cerdos futbolistas, fakires tan hambrientos que devoran sables, mujeres barbudas, todo apasionante. Estaba a punto de disparar sobre el presentador cuando este anunció.

-Señoras y señores, y ahora… recién venido de Frankfurt, el más grande trapecista del momento: ¡ Hermann Nomekaigo!

      La carpa del circo estaba ahora absolutamente oscura, tan sólo iluminada por un foco de luz intensa que seguía las evoluciones del famoso trapecista. Comenzó a saltar de un trapecio a otro. La gente aplaudía con ganas. Una señora se comía la bolsa de plástico de las palomitas con la emoción. La tensión llego hasta el punto de que mi sobrino dejó de comer su hamburguesa.

– ¡Y ahora el triple salto mortal..!- Un redoble de tambor y el trapecista saltó al vacío.

En ese momento el foco que seguía su trayectoria se apagó. Luego se oyó un golpe seco y un griterío ensordecedor.

Cuando volvieron a encenderse las luces, el gran Hermann Nomekaigo yacía sobre la arena de la pista con un aspecto parecido al de la hamburguesa de mi sobrino, sólo que con tomate.

      Dejé al niño y salté a la pista. Para entonces todo el personal del circo rodeaba al fiambre; entre ellos el electricista del circo que era un manojo de nervios.

– Es imposible que fallara ese foco; la lámpara era nueva, y la había revisado esta misma tarde…

– De manera que alguien ha jugado a los cacharritos con el trapecista, ¿eh?

 Nadie contestaba. Tenía a mi alrededor a cien personas: payasos, malabaristas, domadores…cualquiera de ellos podía haberse acercado al conmutador de las luces y de ese modo haberse cargado al artista. Para tratar de resolver un caso como éste, uno sólo puede hacer dos cosas: contar con un buen informador (lo cual no era mi caso) o plantearse la típica pregunta: “¿A quién beneficia la muerte de la víctima? Me propuse averiguar esto último mientras daba con algún soplón.      Aquello era buscar una aguja en un pajar. Estaba encendiendo un matarratas cuando distinguí entre los mozos del circo a un viejo conocido: Sam el bocazas. Sam era uno de los soplones más caros y mejor informados de este lado del río.

      Al verme sonrió y me enseñó su diente de oro. Echó a andar hacia una de las salidas. Le seguí hacia fuera. La noche estaba oscura como el sobaco de un chimpancé.

  • Sam, muchacho, no sabes cuanto me alegro de encontrarte.
  • Me lo imagino, Jefe.

– ¿Quién desenchufó el foco, Sam? Tú conoces aquí hasta las muelas que les faltan a los leones. ¿Quién le tenía manía al saltimbanqui?- pregunté metiendo un billete verde en su bolsillo.

  • El caso es que ese Hermann Nomemato…
  • Nomekaigo…
  • Ese individuo tenía debilidad por las pelirrojas.
  • Ya, pelirrojas como aquella.- Le señalé a una chica de piernas largas y pelo de zanahoria.
  • Veo que me entiende.
  • Y seguro que esa pelirroja tiene novio. Un novio al que no le hacía mucha gracia ver a Nomekaigo cerca… ¿Cómo se llama el novio de esa chica?
  • Eso sí que no puedo recordarlo.
  • Haz memoria, hombre- le dije metiéndole un segundo billete.
  • Algo voy recordando. Creo que Popy, uno de los payasos. Pero me temo que no podrá echarle la culpa. Tiene una excelente coartada: no ha venido hoy a trabajar.
  • ¡Vaya, qué casualidad! ¿Y cómo lo sabes?
  • Su amigo Fredy se lo estaba diciendo a otro payaso.

Busqué a Fredy. Aún estaba sin desmaquillar. Le enseñé la placa y le pregunté:

  • ¿Así que tu amigo Popy no ha venido hoy a trabajar?
  • Así es. ¿Por qué?
  • Popy no era muy amigo del trapecista, ¿verdad?
  • No lo sé.
  • Al parecer había una pelirroja en medio de ambos.
  • No sé a dónde quiere ir a parar.
  • Fredy, ¿es usted extranjero?
  • No, he nacido en este país.
  • Tiene usted un acento raro. En fin, le voy a ser sincero, creo que su amigo ha matado al trapecista, por celos.
  • Inspector, Nomola. Popy me llamó esta tarde por teléfono desde su casa diciéndome que no se encontraba bien y que se iba a la cama. Cualquiera le confirmará que no ha venido hoy a la función.
  • Mira, Fredy, en un circo hay decenas de personas disfrazadas, con barbas, bigotes, pelucas… Aquí puede entrar cualquiera sin que le conozca ni su madre. No intente liarme.

Fredy se quedó callado. No apartaba su vista ni por un instante de mi cara. Alguien le llamaba a voces, pero él continuaba mirándome, sin atender a nadie. Fue esa actitud la que me hizo pensar en una idea que me venía rondando la cabeza. Cogí el teléfono que estaba junto a mí y fingí una conversación.

– ¿Dígame? Sí, aquí esta Fredy. Toma Fredy, es para ti. Es tu amigo Popy, quiere hablarte.

Fredy se quedó más blanco de lo que estaba. Luego se puso verde. Cogió el teléfono pero no se atrevía a llevárselo a la oreja.

– Vamos, contesta. ¿Por qué no le contestas?

 En ese momento intentó huir. Me lancé a por él, le agarré y le regalé un par de pulseras de acero inoxidable.

– Está bien, -Fredy. Quedas detenido como cómplice del asesinato de Hermann Nomekaigo. Después iremos a por tu amigo Popy. Vais a pasar unas vacaciones a la sombra.

– ¿Por qué Fredy no quiso coger el teléfono? ¿Cuál es la solución a este caso?

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