Punto y seguido…

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No soy de mostrar mi vida personal en redes sociales. Un ejemplo claro es mi propio Facebook —no el de Actiludis, sino el de José Miguel de la Rosa Sánchez—, donde apenas hay unas pocas entradas. Tampoco he utilizado nunca el “balcón” de Actiludis para enseñar más allá de lo que pertenece al mundo de la educación. Quizá la única excepción fue este verano, cuando hice el Camino de Santiago con dos amigos y mi hijo: ahí sí fui compartiendo pequeños vídeos en los estados de WhatsApp. Pero poco más.

Cuento esto porque en agosto me llevé una sorpresa al leer, en la revista de feria, un artículo escrito por mi amigo Diego Igeño Luque —uno de los compañeros de aquel Camino—, y que había mantenido en secreto durante todo ese tiempo lo que había perpetrado.

No tenía pensado hacerlo público, pero hoy, recién jubilado de la docencia desde el pasado 3 de septiembre, siento que es el momento. Y es que hoy es el primer día en el que los niños y niñas han vuelto a la escuela… y yo no.

Como última nota, quiero subrayar que esas palabras me las dedicó alguien completamente ajeno al mundo educativo, y quizás por eso las valoro aún más: porque demuestran que lo que hice en un ámbito concreto, trascendió y dejó huella fuera de él.

No es fácil tratar de resumir una trayectoria profesional que se ha extendido por más de treinta años. Y mucho menos cuando quien la ha protagonizado se ha caracterizado por su espíritu emprendedor e inconformista, por su energía sobrehumana y por su creatividad supersónica.
Tampoco es tarea sencilla ilustrar el perfil de un buen amigo. Siempre se mueve uno entre el límite incómodo de la loa exagerada y el quedarte corto. ¡Vaya marrón!

Entonces, si esto es tal y como he escrito en las líneas que preceden, ¿por qué demonios me atrevo a meterme en semejante jardín? Y la respuesta me la da paradójicamente el párrafo anterior, esas setenta y tres palabras que justifican cualquier glosa y que suponen el justo homenaje que José Miguel de la Rosa Sánchez se ha ganado con la excusa de su jubilación (porque es eso, solo una excusa para rendirle el tributo de admiración que por ser como es se merece).

Este “cordogranaino” estudió en la Normal de la ciudad de la Alhambra (Escuela Universitaria del Profesorado de EGB Andrés Manjón). Allí inició el camino que previamente había transitado su progenitora, Doña Lola, maestra nacional como se decía entonces, y que luego ha continuado uno de sus hijos, Miguel. En Granada también descubrió valores y hábitos que ya siempre le acompañarían.

Tras una breve trayectoria como interino, en 1990 alcanzó las ansiadas oposiciones que le supusieron, además del pasaporte laboral, el matrimonial y, por consiguiente, su enraizamiento en Aguilar de la Frontera. En su cursus honorum transitó por tres provincias (Granada, Córdoba y Sevilla) y nueve municipios, entre otros, Baza, Córdoba, Priego, Monturque y Estepa. Y por supuesto, nuestro pueblo, concretamente los colegios Doña María Coronel y Alonso de Aguilar. Y en tantos y tantos años no sólo consiguió inculcar el gusanillo del saber en el alumnado, sino logros que no todos alcanzan como los de ser autor de diversos libros de texto, consolidarse como formador de docentes en Europa y América, autor de innumerables conferencias, organizador de eventos especializados, etc. Todas esas actividades tuvieron un leitmotiv más que evidente: su pasión por la didáctica.

Pepe ha sido un innovador permanente, un espíritu curioso, no sólo como docente sino también en otras facetas de la vida.

Hace tiempo lo vimos realizar sus primeros pinitos en el mundo de la informática. Mientras los demás nos conformábamos con convertirnos en usuarios ramplones, él se dedicó a estrujar esa flamante herramienta que la sapiencia humana ponía en sus manos para probar nuevas experiencias. Nunca le ha tenido miedo a los retos, a los desafíos y ello le ha llevado a crecer exponencialmente tanto profesional como personalmente. Uno de los mejores ejemplos de ese saber cibernético lo tenemos en la página que creó, “Actiludis” (www.actiludis.com), convertida hoy en referente mundial de quienes desean acercarse de una manera diferente al ámbito educativo.

En lo académico una de las pasiones de Pepe son los números. Pero no la matemática per se, sino como vehículo de saber y de entronque con la realidad cotidiana. Y, por ello, tenía que achicharrarse las neuronas para transmitirla de una forma lúdica y efectiva a sus alumnos y alumnas, tratando de que disfrutaran con su acercamiento, elaborando material propio o asumiendo métodos de aprendizaje en los que creyó firmemente y que ha defendido hasta el final. Inconformista por naturaleza bregó y bregó hasta que el método ABN se cruzó en su camino. Fue un amor a primera vista que con el tiempo se ha consolidado como una relación estable que ni siquiera la jubilación que ahora comienza a disfrutar romperá. Eso es lo que sucede con quienes son maestros vocacionales, de raza, como lo es Pepe.

Llegado a este punto, creo necesarias unas líneas que expliquen el título elegido. En mis últimas conversaciones con él, hemos hablado mucho del panorama al que se enfrentaba tras su jubilación. Exprimiendo la máxima del carpe diem, lo que también tiene claro es que no va a parar porque su mente trabaja ya en diversas publicaciones en las que compendiará lo aprendido en su día a día en las escuelas. Nada de aburrimiento, nada de pasividad, nada de interminables y monótonos paseos por el Llano de las Coronadas. Genio y figura.

Pero dejando de lado sus logros profesionales (esta crónica no pretende ser un curriculum vitae), en lo personal Pepe engancha, es adictivo. Aunque no sea Flores sino Rosa, le ocurre como a La Faraona que es un “torbellino de colores”, la prueba andante del brainstorming. No para, esa mente no se detiene un segundo. Cuando caminas a su lado, oyes los engranajes de su cerebro laborar a toda máquina. Lo mismo para organizar un viaje a Isla Mágica, al Camino de Santiago, al cine, a la Alhambra o a un camping de Almería que para preparar una y mil comilonas donde reunir a su familia y/o amigos, pues es un anfitrión excepcional, ágapes pantagruélicos en los que no duda experimentar, como si de un laboratorio se tratase, con los diversos ingredientes que entran en su cocina: pongamos un arroz con bacholetas.

Es amigo sin condiciones, en las duras y en las maduras. ¡Qué fácil escribirlo!, ¿verdad? Pero serlo, ejercer las veinticuatro horas del día, eso es harina de otro costal y solo está al alcance de titanes.
Y Pepe lo es. Pero además con una naturalidad nada impostada que le nace de un compromiso ético con la lealtad y la amistad.

La virtud antedicha le hace al mismo tiempo ser de una generosidad inacabable. Los que hemos disfrutado de ella sabemos que surge espontáneamente y que se nutre de una entrega infinita que apabulla y que le convierte en persona querida y admirada de cuantos a él se acercan.

Quienes lo conocemos bien sabemos que tiene un vozarrón poderoso que no es sino reflejo de su energía volcánica. Como desgraciadamente no está en consonancia con su oído musical (él no canta las canciones, las perpetra), sí que ha establecido una conexión directa entre sus cuerdas vocales y su corazón hasta el punto de que este late con la fuerza de la bonhomía propia de los grandes hombres. Siempre dice que tiene un temperamento impetuoso, que llama al pan pan y al vino vino y que eso le ha hecho granjearse no pocas enemistades. Aunque está claro que en esta sociedad farisea en que nos movemos, la sinceridad no es un valor en alza, también lo es que son muchos, muchísimos los que la valoran y agradecen, por lo que, matizando sus palabras, probablemente ese rasgo de carácter le habrá conseguido muchos más amigos.

Pepe se molestaría mucho si en esta semblanza que apresuradamente trazo olvidara su razón de vivir, su soporte, su sustento: su familia. Llega un momento en que uno descubre, y él lo hizo hace mucho, que todo gira alrededor de ella, que todo cobra sentido con ella. Por eso Carmen, Migue y Pablo son, sin lugar a dudas, el lubricante que hace que su motor no se gripe, que esté a punto todo el día y con el caballaje y revoluciones precisos para trabajar incansablemente.

En fin, podría seguir “hasta el infinito y más allá” hablando de Pepe. Pero, mejor que yo, voy a dejar que lo haga Bertolt Brecht. Aunque el dramaturgo alemán no lo sabía, cuando escribió las siguientes palabras lo hizo pensando en José Miguel de la Rosa Sánchez:

“Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”.

Gracias Pepe por ser imprescindible en la vida de tantísimas personas.

También sus hijos se han querido sumar a este merecidísimo homenaje. He aquí sus testimonios:


“Digo que eres mi referente en este camino, papá, que estoy orgulloso de tenerte como modelo, como ejemplo y como maestro, y no solo por tu metodología y la forma que tienes de conseguir que los niños se entusiasmen. No, además de eso tienes unos valores férreos y buenos, crees en la familia, en los amigos y en construir. Eres una persona que aporta, eres la antítesis a todas esas personas que van por la vida de forma quejosa y sin esfuerzo. Tú eres creador, y uno muy grande. A veces no he sabido bien qué camino he querido seguir, pero cuando lo he tomado, sé que quiero ser fiel a esa enseñanza tuya de dedicar todo mi espíritu a dar lo mejor de mí. Así que gracias por tu ejemplo, y gracias por tu maestría. Yo haré mi parte en continuar ese espíritu tuyo con mi propio estilo particular, pero que ha crecido contigo.”

Miguel de la Rosa Zurera


“Me alegra muchísimo que hayas podido dar este último año papá. Recuerdo cuando te lo planteabas porque estabas cansado de las historias que había, pero creo que tanto tú, como los niños, como la escuela os lo merecíais. No hace falta que yo te lo diga porque ya lo han hecho cientos de padres y alumnos durante estos treinta años, pero has sido un maestro y una persona ejemplar, y yo he tenido la suerte de poder vivirlo de primera mano; aunque me castigases alguna vez sin motivo para dar ejemplo. Has dejado un legado en las escuelas por las que has pasado, has luchado por despertar un sentido crítico en los niños y has impulsado métodos de enseñanza que ayudasen a los niños, ojalá el resto de profesores de este país pudieran decir lo mismo. Si algún día os bendecimos con nietos, le rezaré a Dios para que tengan un profesor con los valores y el respeto que has tenido durante estos 30 años. Te admiro mucho, aunque a veces te gritemos o nos metamos contigo, siempre has sido un referente donde mirar. Enhorabuena, te lo mereces.”

Pablo de la Rosa Zurera

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