Nomola va de vacaciones

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En la Primaria, la lectura es esencial y la motivación es el enganche. Uno de los temas que enganchan son las de detectives, con un mundo emocionante y misterios que deja que la imaginación eche a volar.

Descubrir pistas y resolver acertijos, La mente despierta, los niños más astutos. La lectura de detectives, un camino a explorar, En la primaria, el amor por los libros sembrar.

Con lecturas como las que nos propone Felipe Gutierrez profesor jubilado del CEIP «El Olivar» en Rivas en Vaciamadrid (Madrid), y creador del blog “Rinconcitos de lectura“. dar el salto a otras como Sherlock Holmes y Nancy Drew; Agatha Christie y Poirotcon con sus casos intrigantes, el interés crecerá. Un tándem perfecto, Enigmas por resolver, en cada página un efecto.

Además cuenta con preguntas de comprensión gracias a Silvia Asuero además de trabajar la lectura ayuda a resolver el caso.

nomola vaca

Puedes leer la historia desde el blog o descargar la lectura para imprimir. La solución al caso, la debes descargar a parte de la lectura. Al final, también tienes disponible más enlaces con lecturas de detectives.

La ciudad ardía con una de esas oleadas de calor que derrite las farolas. Los perros se colaban en las heladerías mientras un olor fétido salía de las alcantarillas. Viendo este ambiente paradisíaco decidí que debía tomarme unas vacaciones. Pregunté a Gus, un enano que regenta una agencia de viajes dónde podría irme con la 700 dólares de que disponía.

-Bueno… ¿ Te interesa una excursión en Metro con pensión completa?

– Olvídame, Gus.

– Hablemos en serio. Tengo lo que necesitas: una semana de playa en un hotel donde te tratarán como te mereces.

Sabía que Gus era un maldito tramposo y que me enfrentaba a una trampa mortal pero, ¿ qué podía pedir por 700 machacantes? El coche de línea llegó como pudo a Banana Beach. A penas doce horas para recorrer 500 kilómetros, a una velocidad de vértigo…

El Hotel Residencia Paradise era un edificio colonial de madera procedente de los barcos de Colón. Toqué el timbre para despertar al recepcionista y me contestó un loro filibustrero.

– ¡Rrrrr, canallas, abandonad el barco… Rrrrrrr, canallas, abandonad el barco… Rrrrrrr!

El recepcionista abrió un ojo y masculló:

-¿Viene a quedarse algunos días? Me queda una habitación con vistas.

-¿ Con vistas a qué?

– Al patio naturalmente. Aquí tiene las llaves. Tendrá que subirse las maletas, el mozo está de vacaciones.

Lo sabía. A mi regreso Gus iba a recibir una gratificación de nudillos por mandarme a este hotel tan acogedor. Subí a cambiarme. Estrenaba una maravillosa camisa estampada con flores verdes y amarillas y unas bermudas a juego. Salí del hotel procurando no ser visto por el loro, lo cual resultó imposible por lo que una vez más fui llamado canalla.

La playa estaba al otro lado del paseo. El mar de un color azul desteñido asomaba entre un hormiguero de gente que parecía salir de un partido de fútbol. Tomé un perrito caliente y una soda en un carrito con ruedas que tenía pintado un rótulo: “Restaurante virtual”.

Menos mal, pensé, que al menos hace buen tiem…po. No me dio tiempo a acabar la frase porque de repente un ventarrón se levantó arrastrando sombreros, sombrillas, papeles, pelucas, bolsas de plástico y algún niño despistado. El tipo del carrito restaurante se puso a recoger a todo pastilla.

-¡Se acerca un ciclón, señor!

-¡Maldita sea mi suerte!

Salí corriendo hacia el hotel en medio de un esquizofrenia de gente que corría frenéticamente hacia cualquier parte. El cielo se ensombreció y en pocos minutos parecía acercarse el fin del mundo. Entré en el hotel dispuesto a asesinar al loro o a su dueño. Sin embargo, no estaban allí, ninguno de los dos. Cogí yo mismo la llave del casillero y me dirigí a mi habitación. Introduje la llave en la cerradura pero no abría. Entonces oí dentro ruido y voces.

-¡Rrrrr, canallas, abandonad el barco, Rrrrr, canallas, abandonad el barco, Rrrrr!

Maldito loro, se había colado en mi habitación. Volví a intentar abrir la puerta pero era inútil, así que bajé de nuevo a la recepción. Ahora estaba el recepcionista aunque no el loro.

-¡ Eh, oiga, su loro está en mi habitación!Además, esta llave no abre.

-Llevo buscándole un buen rato. Ha debido escaparse de la jaula. A ver…¡Claro que no abre porque esta es la número 34, la suya es la número 35.

-Juraría no haberme equivocado pero…, en fin, espero que su loro no me haya ensuciado mis trajes.

Subí, entré y el loro debía haber huido por la puerta que daba al patio y que estaba abierta. Aquello me desconcertó. No pareció haber manchado nada, sin embargo el armario estaba abierto. Miré dentro y ¡Sorpresa! Mi pequeña cartera había desaparecido. Dentro había más de 800 dólares, dos tarjetas de crédito y unos 20 cromos de Batman, además de mi placa dorada de policía. Bajé como una flecha y allá estaba el loro, en su jaula, tan tranquilo.

-Está bien, maldito loro roba carteras. Devuélveme lo que has robado de mi armario o no te quedará una pluma con la que taparte el culo.

-Señor, le ruego que se calme, ¿qué es lo que le ocurre?

-Primero encierre al loro. No quiero que se escape. Soy policía.

Iba a sacar la placa pero recordé que me la había robado aquel ave de la mafia.

– Venga conmigo,- le dije- va a ver de lo que es capaz su loro.

Arriba, el individuo se rascaba la cabeza con gesto de incredulidad.

– Señor, recapacite – me dijo-. Es imposible que el loro abra el armario, después la maleta y coja de su interior una cartera. Es algo increíble. Quizá la haya usted perdido cuando salió a la calle .

– Le digo que su loro me la robó. Lástima que no pudiera entrar por culpa de la maldita llave. Pero le oí como registraba las cosas mientras decía su frasecita de ¡…Abandonad el barco, canallas! Espere un momento, necesito ver a su loro.

Éste estaba en su jaula. Como siempre vuelto de espaldas. Es curioso que el loro soltaba sus frasecitas, pero nunca daba la cara.

-Dígale al loro que hable, dele usted la vuelta .

-No comprendo que quiere usted demostrar. Silver, está nervioso…

-Mírame, cobarde, quiero ver tu cara de ladrón.

-Rrrr, canallas, dejad el barco!

-¿ Qué has dicho , miserable?

-¡Rrrr, canallas, dejad el barco…!

Entonces, lo comprendí todo. Puse mi dedo en el esternón del recepcionista, como si se tratara de mi revólver.

– Devuélvame la cartera, Fue usted quien me la robó, no el loro. Para ser un buen ventrílocuo hay que tener mejor memoria. Esta vez no hubo respuesta ni creo que la hubiera jamás.

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Este contenido se publicó por primera vez en actiludis.com el 07/11/2014

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