Nomola va a la escuela

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Nueva lectura detectivescas gracias a Felipe Gutierrez profe de 5º curso del CEIP el Olivar de Rivas en Vaciamadrid (Madrid), y creador del blog “Rinconcitos de lectura“ y que gracias a Silvia Asuero se le ha añadido preguntas de comprensión lectora que además de trabajar la lectura ayuda a resolver el caso.

Puedes leerla desde el blog o descargar la lectura para imprimir. La solución al caso la debes descargar a parte de la lectura y al final tienes enlaces con más lecturas de detectives.

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Nomala va a la escuela

NOMOLA va a la escuela

Aquella tarde me sentí nostálgico. A la vuelta de la comisaría decidí volver a casa caminando. Pasé por delante de la vieja Escuela de Primaria donde pasé algunos años de “cautiverio”. Es curioso, cuando de niño venía a esta vetusta escuela me parecía fea, decrépita; ahora después de más de veinte años me parece sencillamente… horrible.

Recordé a mis antiguos profesores: el pulga que saltaba sobre sus punteras constantemente hasta ponernos nerviosos, la señorita Cabbage, tan cursi como su nombre, o el bueno de Mr Lawrence que era tan distraído que se presentó en clase con los pantalones a rayas del pijama. También recordé a mis viejos compañeros “El comemocos”, famoso por sus repugnantes gustos gastronómicos. Raúl, el chuletero más grande del mundo. Era capaz de resumir la historia del siglo XX en el puño de su camisa. Recordé, por supuesto, a Lina, mi primera novia. Me duró una hora. Se enamoró de mí en clase de Historia pero me cambió por Bill en clase de Gimnasia. Siempre he tenido unos músculos decepcionantes.

 Se me iban y venían estos recuerdos como el humo de un cigarro cuando del interior del edificio se oyó un grito capaz de helar la sangre a Rambo. Salté – no sé como- la valla del colegio y me dirigí hacia el edificio principal. Eran cerca de las ocho de la tarde y aquello estaba más vacío que una playa en Nochebuena. Llamé al timbre pero nadie acudió. Empujé la puerta y se abrió con un chirrido de película de Drácula. Busqué el interruptor de la luz pero al accionarlo comprendí que debía estar cortado el conmutador general. ¡Tranquilo- pensé- soy policía y esto no es más que un viejo colegio! Pero la verdad es que estaba calado de miedo. Ese grito espeluznante debía proceder de la segunda planta. Subí casi a tientas. La luz mortecina del atardecer entraba través de una claraboya que comunicaba con el patio interior. A duras penas pude reconocer los números de las aulas. Revisé una por una. Nada, todo vacío. Sólo me quedaba por revisar una habitación al fondo. Un cartel decía: Almacén. Moví el pomo y estaba abierta. Entré, encendí una cerilla. No pude reprimir un grito. Reculé hacia la puerta y entonces me di cuenta. Era sólo el viejo esqueleto de ciencias naturales. Me reí y estreché la mano a “Huesitos” como le llamábamos entonces. A la luz fantasmal de otra cerilla revisé aquello. Por fortuna encontré un quinqué con alcohol y lo encendí. Aquel cuarto, me resultaba familiar. Allí nos encerraba “Elmer Gruñón”, el jefe de estudios, aquel viejo malaspulgas.

 Estuve un rato observando aquel revoltijo de objetos: globos terráqueos, mapas amarillentos, un viejo xilófono, sillas rotas, una pizarra, un hombre muerto… ¿Cómo? ¿Un hombre muerto? ¡Cielo santo, éste debió ser el tipo que gritó de aquella forma! No era para menos. Había sido atravesado por una espada descomunal de parte a parte como si fuera un pincho moruno poco hecho…

 Me senté, encendí un matarratas e iluminé bien la cara del fiambre. Esa cara me resultaba familiar pero no sabía de qué. Decidí salir de allí antes de que me diera algo. La única puerta del desván tenía un cerrojo de los que se accionan desde el interior, así que lo accioné y cerré la puerta después de salir para que quedara todo a buen recaudo.

 Bajé las escaleras de tres en tres y en un abrir y cerrar de ojos estaba en comisaría. Mi ayudante Ricky Capuccini trabajaba duro como de costumbre, con sus mandíbulas, claro.

-¿Qué le pasa, Jefe? Parece que ha visto al coco. Está blanco.

-Tráeme algo, café o veneno.

Capuccini vino al rato con un vaso que contenía un líquido turbio al que él llama café; yo le llamo, agua de fregar.

-Vámonos rápidamente a la Escuela de Primaria. Hay un tipo al que han atravesado por la mitad con una espada como si fuera la aceituna de un martini. Avisa al Juez y los muchachos de homicidios. ¡Ah! Llevad a un cerrajero, hay que abrir una puerta que yo he cerrado por dentro.

Al poco rato la Escuela de Primaria era un nido de policías y mirones. Llegamos a la 2ª planta, ya con luz, y el cerrajero abrió la puerta. Allí estaba todo lo que había visto a la luz del quinqué. Todo menos el muerto. No había ni rastro de él ni de la espada ni siquiera sangre. Todos me miraban como si estuviera loco. Al llegó el Juez me miró extrañado y preguntó:

 – ¿Qué hay, Nomola, dónde está la víctima?

La víctima era yo; de esta me llevaban a un manicomio, sin poder cobrar el retiro.

-Jefe, se han llevado a su muerto- dijo Ricky- el único suficientemente tonto para creerme.

-No, Ricky, nadie pudo llevarse al muerto porque la puerta estaba cerrada por dentro.

-Pero si alguien tenía la llave….

-No hay llave que valga, si miras la cerradura verás que estaba atascada con una cerilla como ésta.

Yo había tomado la precaución de meter un fósforo por la cerradura por si el asesino estaba esperando a que yo me fuera.

-Muy astuto, Jefe. Pero no le ha servido de nada.

Todos parecían burlarse de mí, incluido el esqueleto huesitos.

-¡Avíseme si encuentra a su muerto, Nomola! Me dijo el Juez con un punto de pitorreo.

 Yo me quedé sentado en un pupitre intentando recordar la cara del cadáver. Esa cara que me había resultado tan conocida. El pupitre sobre el que me senté esta pintarrajeado con tinta vieja. Nombre de chicos, corazones atravesados por una flecha, alguna palabrota y una nota, reciente y que decía:

“…No me busques, Joe. Yo te encontraré más allá de la muerte. Firmado: Armando”

¡Armando, claro! Con razón me sonaba esa cara. Armando fue un compañero de colegio. Juntos hicimos algunas fechorías. Creo que acabaron expulsándole cuando aquello del petardo en el despacho del director. Fue siempre un bromista. Pero ¿cómo pudo escribir aquella nota? Estaba muerto, bien muerto. Con una espada enorme atravesándole el pecho. Yo no creí nunca en los zombis ni en fantasmas pero entonces, ¿qué era esto?

Necesitaba relajarme y fui a “La pequeña Italia”. Pedí a Mario algo de comer. Noté que alguien me tocaba en la espalda. Me volví y después de la impresión no pude reprimir una carcajada. ¿Quién podría ser aquella aparición? Y ¿cómo era posible que estuviese allí?

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